Dicen que el objetivo de la educación es desarrollar el talento de los individuos, de todos sin excepción. El talento viene a ser la capacidad para poner en marcha la inteligencia, para conseguir que el comportamiento vaya en la dirección adecuada; es decir, una inteligencia que sea práctica. ¿Y qué es una inteligencia práctica? Es una inteligencia capaz de dirigir nuestros proyectos, nuestras emociones; es la que nos permite utilizar bien nuestras destrezas y capacidades, de modo que nuestra acción vaya dirigida hacia una vida bien lograda.
¿Es esto aplicable a nuestros hijos con síndrome de Down? Por supuesto que sí: tienen su propia inteligencia, y es nuestra responsabilidad educativa desarrollar su talento para que sean capaces de dirigir sus capacidades y destrezas. La cuestión está en si dedicamos el tiempo suficiente para reconocer esas capacidades, sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Si nos preocupamos más por que aprendan materias académicas y menos por cómo se las arreglan para entablar y mantener sus relaciones, conocer sus vivencias y sentimientos, y por enseñarles a controlarlos.
Somos los primeros en reconocer y apreciar su sonrisa, su afabilidad. ¿Hemos pensado que, en ocasiones, detrás de esa sonrisa y de esa afabilidad puede esconderse un cierto grado de egocentrismo? ¿De creerse y de querer ser siempre el príncipe de nuestras vidas, alrededor del cual todos giremos para terminar haciendo o consintiendo lo que más les apetece? ¿Nos preocupamos de saber si, a lo mejor, está sufriendo en su autoestima ante el rechazo de otros o ante su impotencia frente a las tareas que se le exigen?
La vida real, para la cual queremos educarle, es dura. Y dentro de ella hemos de considerar por encima de todo el mundo de las relaciones con personas que uno no elige, empezando por los compañeros de la escuela y terminando por los compañeros de su puesto laboral. Toda relación contiene un sin fin de elementos, unos son objetivos o racionales y otros subjetivos y emocionales. Con frecuencia se imbrican unos con otros, pero por su propia naturaleza son los emocionales los que tienden a predominar y a marcar la dirección que ha de seguir la relación.
De ahí la necesidad ineludible de iniciar pronto y llevar a la práctica el desarrollo de la inteligencia emocional de nuestros hijos: cómo verse y valorarse a sí mismos, cómo comprender y respetar al compañero, cómo actuar con buena intención y sin engaño, cómo acomodarse a situaciones que no agradan, cómo transigir y no ser siempre el protagonista, cómo defenderse noblemente ante una injusticia. He ahí un buen programa para desarrollar el talento.
Quizá sea el momento de volver a leer las páginas que dedicamos en este portal a la inteligencia emocional, entendida como la habilidad para manejar los sentimientos y emociones propios y de los demás, de discriminar entre ellos y utilizar esta información para guiar el pensamiento y la acción. Las encontrarán en nuestro enlace http://www.down21.org/web_n/index.php?option=com_content&view=article&id=1132%3Ainteligencia-emocional&catid=92%3Aeducacion&Itemid=2084
Revista Virtual Canal Down 21
Nenhum comentário:
Postar um comentário